El ‘Experimento Benedicto’

Por Damian Thompson. Catholic Herald. 8 de febrero de 2018.

 

Pasados cinco años, su renuncia aún es impactante.

 

En la mañana del 11 de febrero de 2013, los cardenales reunidos en el Palacio Apostólico del Vaticano se movían en sus asientos, esperando que el Papa Benedicto XVI concluyera el asunto relativamente mundano de anunciar tres canonizaciones.

Luego, Benedicto dijo que tenía algo grande que anunciar:

Quapropter bene conscius ponderis huius actus plena libertate declaro me ministerio Episcopi Romae, Successoris Sancti Petri, mihi per manus Cardinalium die 19 aprilis MMV commisso renuntiare ita ut a die 28 februarii MMXIII, hora 20, sedes Romae, sedes Sancti Petri vacet et Conclave ad eligendum novum Summum Pontificem ab his quibus competit convocandum esse.[1]

 

Las quijadas de esos cardenales con un buen dominio del latín cayeron abiertas. Otros entendieron a medias lo que había dicho, pero pensaron que debieron haber oído mal. Después de algunos cuchicheos avergonzados, las noticias increíbles se propagaron.

El Papa acababa de dimitir, sí, renunció, y convocó un cónclave para elegir a su sucesor. ¿Por qué? El mundo tuvo que esperar unos minutos hasta que se corrieron las traducciones de su discurso completo:

Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino… para gobernar la barca de san Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado.

Por esto, siendo muy consciente de la seriedad de este acto, con plena libertad, declaro que renuncio al ministerio de Obispo de Roma, Sucesor de San Pedro, que me fue confiado por medio de los Cardenales el 19 de abril de 2005, de forma que, desde el 28 de febrero de 2013, a las 20.00 horas, la sede de Roma, la sede de San Pedro, quedará vacante y deberá ser convocado, por medio de quien tiene competencias, el cónclave para la elección del nuevo Sumo Pontífice.[2]

 

A las 20:00 hrs. del 28 de febrero, la sede de Pedro estaría vacante. Benedicto XVI ya no sería Papa sino que «serviría a la Santa Iglesia de Dios a través de una vida dedicada a la oración». Viviría en el monasterio Mater Ecclesiae dentro del Vaticano, anteriormente ocupado por monjas de clausura. La expectativa era que el anterior Papa mantendría un silencio casi trapense[3] durante un breve retiro.

Cinco años después, todavía está allí, frágil pero no más que el hombre promedio de 90 años. Él todavía se llama Benedicto XVI, todavía se viste de blanco papal y todavía se dirigen a él como «Su Santidad».

Ese es aparentemente el estilo apropiado para un «Papa Emérito», pero, dado que el título fue inventado por Benedicto XVI para él, debe reflejar su propia concepción del estado de un Vicario de Cristo jubilado. Ningún Papa había renunciado en 600 años, y además bajo circunstancias muy diferentes. Entonces no había precedentes y, dado el secreto que rodeaba la decisión, no había oportunidad de consultar a los abogados canónicos. Una solución al problema tenía que improvisarse.

Y qué solución tan extraña fue. Aunque a los católicos comunes no parece molestarles tener un Papa Emérito, a los clérigos mayores no les gusta la innovación. «¿Qué es todo ese sinsentido de vestirse de blanco?», dice un cardenal conservador. «Debería haber sido de nuevo el cardenal Ratzinger«. (Una interesante nota histórica al pie de página: Pío XII planeaba renunciar si los alemanes lo arrestaban, explicando que «no encontrarán al Papa, sino al cardenal Pacelli»).

Al vestirse de blanco, Benedicto nos dice que el Oficio Petrino le dejó una marca indeleble. Él no afirma poseer ninguna de su autoridad. Un obispo emérito sigue siendo un obispo; él no puede quitarse el orden a sí mismo. Pero no hay sacramento del papado, y por lo tanto un Papa emérito no es un Papa. Benedicto XVI (que puede lamentar haber causado la confusión) ha subrayado esto al sugerir que prefiere ser llamado «Padre Benedicto».

Por el contrario, no tenemos una respuesta simple a la pregunta de por qué renunció. Eso es porque no la hay. Joseph Ratzinger es uno de los agonizantes de la naturaleza. Puede que haya renunciado porque cree que Dios se lo dijo, y porque su brazo estaba siendo torcido, y porque estaba desmoralizado por los ‘Vatileaks’[4], y porque temía una repetición del caos que rodeaba al incapacitado Juan Pablo II. ¿Por qué no dejarlo allí?

Si estamos de humor para especular, otras preguntas vienen a la mente. ¿Qué hace Benedicto XVI con el Papa Francisco? ¿Y la presencia de un antiguo Papa en el Vaticano ha limitado el ministerio de este último?

Benedicto XVI no ha guardado un silencio total en su retiro. Por ejemplo, en 2015 habló en Castel Gandolfo sobre el tema de la música. Su discurso fue exquisitamente construido, identificando las tres fuentes de la música como «la nueva grandeza y amplitud de la realidad» revelada por la experiencia del amor; la muerte y «los abismos de la existencia», que nos muestran que los humanos necesitamos ir más allá del discurso; y al encuentro con lo divino, que vuelve a despertar «la música oculta de la creación».

Esta fue una de las mejores inspiraciones de Benedicto, Mozart como música de ambiente a las encíclicas de Francisco. Reflejando su «hermenéutica de la continuidad», podría leerse como una crítica implícita a la reversión de su sucesor a la vieja comprensión del Vaticano II. Del mismo modo, cuando el Papa Emérito afirmó que la Misa Tridentina «ahora vive en plena paz en la Iglesia, incluso entre los jóvenes», defendía sin duda Summorum Pontificum contra los aliados de Francisco.

Al mismo tiempo, sin embargo, Benedicto habló sobre aspectos del pontificado de Francisco con entusiasmo, el Año de la Misericordia, por ejemplo. Esto puede ser más diplomático que espontáneo; es difícil de decir.

Solo en diciembre de 2017, el Papa Emérito asomó el cuello de manera incuestionable. Escribió una introducción a un libro de ensayos en homenaje al cardenal Gerhard Müller, nombrado por Benedicto como prefecto de la Congregación  para la Doctrina de la Fe, y eliminado por Francisco cuando se agotó su mandato de cinco años. El Papa Francisco no le dio al cardenal ninguna notificación de su decisión y ninguna razón para ello. Benedicto XVI no criticó a su sucesor, pero alabó a Müller por defender «las claras tradiciones de la fe».

Debió haber sabido que, dado que Müller tiene serias dudas sobre Amoris Laetitia de Francisco, esto parecería como si él también las tuviera. Pero, para ser realista, ¿quién podría pensar de otra manera? Nadie imagina que Benedicto favorezca el relajamiento de las reglas que gobiernan la Comunión para los divorciados y los vueltos a casar. El mismo Francisco parece tener dudas sobre la cuestión.

Lo que realmente se destaca de la presentación de Benedicto es su apoyo moral a Müller. Le recuerda que, como cardenal, nunca se retirará verdaderamente y debe mantener a su fiel testigo.

Escribió estas palabras poco después de que Müller diera, molesto, una entrevista que revelara la brutalidad de su despido y comentara que «alguien [es decir El Papa Francisco] no puede tratar a la gente de esta manera». Benedicto está señalando que él está de acuerdo. Como un antiguo Papa que renunció voluntariamente, está obligado a guardar silencio cuando su sucesor cambia la dirección teológica (a menos que se desvíe hacia la herejía). Él no tiene esa obligación cuando ese sucesor ataca a su amigo, «pateándolo como un perro», como dice un observador del Vaticano.

Esto plantea la pregunta: ¿serían los instintos radicales de Francisco más explícitos, su comportamiento aún más desabrochado, si no tuviera un predecesor vivo como vecino? Uno sospecha que Francisco pasa muy poco tiempo pensando en Benedicto. Aun así, los admiradores del viejo hombre temen que, cuando muera, el Papa se sienta libre de imponer restricciones a la celebración de la Misa Tridentina.

Ciertamente es una posibilidad, aunque es poco probable que a Francisco le guste la guerra civil litúrgica que sin duda seguiría una derogación a gran escala de Summorum Pontificum. Es más probable que les haga la vida difícil a los sacerdotes tradicionales, y borre todos los rastros de una hermenéutica de continuidad que él considera una ingeniosa fantasía nostálgica. En otras palabras, enterrará la gran idea de Benedicto con él.

Si eso sucede, el Papa Francisco se volverá aún más impopular con los conservadores de lo que ya es. Pero hay un giro en esta historia.

Muchos católicos ortodoxos y amantes de la liturgia preconciliar nunca han perdonado del todo a Benedicto XVI por su renuncia. El cardenal Raymond Burke, nada menos, dijo en diciembre pasado que «hay un cierto sentimiento entre muchos católicos de que su padre los abandonó. Espero que no se convierta en una práctica común».

Uno duda que el cardenal se angustiaría demasiado si el actual Santo Padre dimitiera. Sin embargo, no está contento con el principio establecido por Benedicto: que se pueda renunciar al Oficio Petrino como de cualquier otro, incluso cuando las facultades del Papa están intactas.

Y esto plantea la pregunta más incómoda de todas. Durante ocho años, Benedicto XVI intentó revitalizar la Sagrada Tradición. Pero, al renunciar, ¿también secularizó el cargo del Sumo Pontífice? Si es así, los futuros historiadores católicos pueden preguntar quién fue el verdadero modernizador: ¿Francisco o Benedicto?

 

*Damian Thompson es editor en jefe del Catholic Herald y editor asociado de The Spectator.

 

[Traducción de Gabriel Ramírez. Dominus Est. Artículo original]

*permitida su reproducción mencionando a dominusestblog.wordpress.com

 

 

Ver también:

‘Estoy en peregrinaje hacia Casa’: Benedicto XVI en nueva carta

Motu proprio ‘Summorum Pontificum’ del Sumo Pontífice Benedicto XVI

‘Enterrando a Benedicto’

¿FUE OBLIGADO BENEDICTO A ABDICAR POR OBAMA? Demócratas con las manos en la masa

 

Referencias:

[1] Declaratio. En latín.

http://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/la/speeches/2013/february/documents/hf_ben-xvi_spe_20130211_declaratio.html

[2] Declaratio. En español.

http://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/speeches/2013/february/documents/hf_ben-xvi_spe_20130211_declaratio.html

[3] Orden de la Trapa. La Orden Cisterciense de la Estricta Observancia (O.C.S.O. por su nombre oficial, en latín, Ordo Cisterciensis Strictioris Observantiae), conocida como Orden de la Trapa, es una orden monástica católica, cuyos miembros son popularmente conocidos como trapenses. Tienen como regla la de San Benito, la cual aspiran seguir sin lenitivos. Nacen como una ramificación de la Orden del Císter, que a su vez se originó de la Orden de San Benito.

[4] El escándalo de ‘Vatileaks’​ se da a partir de la filtración de una serie de documentos secretos que involucran al Vaticano en eventos de corrupción; de acuerdo a una investigación interna del Vaticano, se descubrieron diversos chantajes a Obispos homosexuales.​ Todo el escándalo salió a la luz a finales de enero del año 2012, durante la emisión de un programa de televisión en Italia llamado Gli intoccabili. El periodista Gianluigi Nuzzi, quien se encargó de publicar las cartas dirigidas al papa de Carlo Maria Viganò, quien fuera secretario general de la Gobernación de la Ciudad del Vaticano. En dichas cartas, Carlo Maria Viganò pedía no ser transferido tras los diversos actos corruptivos en los que se veía implicado, acción que costó millones a la Santa Sede. El nombre popular de «Vatileaks» es una combinación entre Vaticano y WikiLeaks, una organización que publica informes anónimos y documentos filtrados con contenido sensible en materia de interés público.

Durante los meses siguientes, la importancia de la noticia se intensificó, cuando los mismos documentos se filtraron a más periodistas italianos. Dichos documentos contenían historias que revelaban la constante lucha por el poder dentro del Vaticano, sobre los intentos por demostrar transparencia financiera y el cumplimiento con las normas internacionales contra el lavado de dinero. A principios de 2012, una carta anónima encabezó los titulares al contener una advertencia de amenaza a Benedicto XVI.​ Poco a poco el escándalo se hizo más conocido y fue en mayo de 2012, cuando Nuzzi publicó su libro titulado Su Santidad: los papeles secretos de Benedicto XVI, el cual consiste en la recopilación de cartas confidenciales entre el papa Benedicto XVI y su secretario personal.​ Es un libro controvertido ya que proyecta una imagen del Vaticano como un semillero de celos, intriga y una constante lucha entre las facciones.​ El libro revela detalles acerca de las finanzas personales del papa, incluyendo ciertas historias de sobornos realizados para tener una audiencia con él.

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