Cómo saber si una obra – o una persona – es de Dios

No hay una ‘fórmula mágica’ y a veces lleva tiempo darse cuenta. 

 

Por P. Tomás Beroch. 9 de abril de 2019.

 

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San Ignacio de Loyola nos da dos reglas de oro que debemos siempre observar:

 

Primera:

Lo que viene de parte de Dios nunca es confuso, y nunca turba nuestra alma. Al contrario, del Señor siempre viene la paz interior y la tranquilidad de conciencia. En cambio, lo que viene del demonio es siempre confuso, o al menos no es del todo claro. Si siento una gran turbación en mi alma por algún hecho, por el contacto con una persona, o por una acción concreta, hay que estar atentos, pues es señal de que algo no anda bien.

 

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Segunda:

Lo que viene de Dios, además de darme paz interior siempre me ayuda a mejorar mi vida espiritual y a crecer en santidad. El Señor siempre me lleva a mayores grados de gracia y me alienta a crecer en ella. Lo que viene del demonio puede que no sea directamente malo, pero me lleva sea a algo dañino, o sea a un estado «menos bueno del que me encontraba antes». El demonio buscará que yo me contente con cosas «menos dignas» para luego lograr su objetivo que es hacerme pecar y perder la gracia de Dios. Por dar un ejemplo: cuando tenemos que rezar el rosario, el demonio siempre buscará distraernos con alguna actividad supuestamente buena, pero menos importante que el rosario. Y cuando terminemos esa actividad, nos sugerirá otra, y luego otra y así sucesivamente hasta hacernos abandonar el rosario por un día. Luego lo abandonaremos por dos, y terminaremos no rezándolo nunca más.

Abandonando la oración, no tenemos fuerzas para mantenernos en gracia, y es así como caemos en pecados graves que hieren a nuestra alma. Otro ejemplo: el demonio nos dirá “no te preocupes por ese pecado, es solo venial”, o “es solo una imperfección, no debes darle importancia”. Justamente, como dice el Señor:

 

“Quien en lo poco es infiel, también es infiel en lo mucho” (Lc. 16, 10).

 

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Nunca podremos evitar el pecado mortal si no luchamos contra los pecados veniales y las pequeñas imperfecciones. Como decía Santo Domingo Sabio: “Antes morir que pecar”.

Por lo tanto, con la oración, la penitencia, la confesión, los sacramentos y toda ayuda divina, y además, buscando con nuestra voluntad servir a Dios con todas nuestras fuerzas, el Señor nos concederá la gracia de ser fieles hasta el final.

 

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Pidámosle a la Virgen la gracia que pedía San Felipe Neri día a día: “Señor, pon tu mano sobre Felipe o Felipe te traicionará”. Nunca confiemos solo en nuestras fuerzas – aunque estas deben ponerse a disposición. Pongamos toda nuestra confianza en Dios y en su Santa Madre, pues si tomamos sus manos, nada malo puede sucedernos.

 

¡Muchas bendiciones para cada uno de ustedes!

 

Padre Tomás

 

Fuente: aquí

 

 

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