Autoritaria es siempre la Revolución, nunca la Tradición

Editorial de “Radicati nella fede” –Año X no. 11 –Noviembre de 2017

 

Chiesa e Post Concilio.

 

Observación: De hecho la autoridad es sacrosanta e imprescindible, pero la revolución genera autoritarismo.

Generalmente, en el imaginario colectivo, también en el católico, la Tradición es asociada a una visión autoritaria de la Iglesia, vertical y centralizada, mientras la modernidad con todo su cariz revolucionario, es asociada a una iglesia simple y libre, popular y democrática: ¡nada más falso!, ¡es exactamente lo contrario!

La Tradición, aquella verdadera, que no es conservadurismo, esto porque pone el acento sobre la autoridad de la enseñanza perenne de 2000 años de cristianismo; esto porque habla de un contenido de verdad, de un depósito de la fe para custodiar, vivir y transmitirlo intacto; esto porque este contenido intangible recibido de Dios, todos deben obedecerlo y sostenerlo, desde el Papa al más pequeño niño del catecismo: es por esto que la Tradición no es hecha por un autoritarismo totalmente humano, donde el “jefe” impone en nombre de sí mismo la línea a seguir.

En cambio es la revolución la que es autoritaria: en cada revolución, para imponer el “mundo nuevo” que a su vez debería mejorar la existencia humana, es necesario que quién es el jefe imponga con violencia, física o moral los cambios.

 

El problema es que esta visión autoritaria destruye la verdadera autoridad que es la verdad.

 

La Tradición de la Iglesia es hecha para custodiar y transmitir la verdad; y defendiéndola, contra todos los falsos cristianos que quieren modificarla y cambiarla, hace posible la libertad de los justos: “Conocerán la verdad y la verdad los hará libres” (Jn 8, 32).

El autoritarismo moderno es odioso, entra en todas partes, y si entra en la Iglesia de Dios la corrompe.

Por esto debemos vigilar y cultivar un amor ilimitado por la Tradición y guardarnos bien del autoritarismo. Debemos cultivar un amor ilimitado a la Tradición porque es la forma con la cual Cristo nos acompaña. Debemos guardarnos del autoritarismo porque es la violencia del hombre aquella que quiere sustituir a la verdad de Dios.

Solo que para guardarse de esta enfermedad moderna se debe vivir con autoridad y no con autoritarismo.

Es decir, no necesita esperar de lo alto, de los “jefes”, las indicaciones para vivir plenamente el cristianismo como Dios manda. No necesita esperar para tomar en mano la propia obediencia a Dios para cumplir las obras que pide.

 

En la Iglesia siempre se ha hecho así.

 

¿Pueden imaginar a San Francisco que se lamenta del Papa porque no reforma la Iglesia? No, San Francisco no ha esperado del Papa (la Reforma), y ha andado después donde el Papa para saber si es engañaba, pero antes de ir con el Papa ha hecho aquello que Dios le indicaba.

¿Pueden imaginar a San Pablo que espera de Pedro las indicaciones sobre las cosas que debe hacer? Sería absurdo, cierto que Pablo fue donde Pedro, pero fue encargado ya de la tarea confiada de Cristo de predicar a las gentes, tarea aceptada y abrazada.

Todo en la Iglesia, todas las verdaderas reformas, todas las verdaderas obras son nacidas “de lo Alto”, de la gracia de Dios, pero esta gracia es germinada de lo “bajo” de la vida de las almas cristiana que no han esperado un “permiso” de la autoridad. La autoridad, el Papa y los obispos, han intervenido después, a menudo mucho después, para juzgar la bondad de las obras. Pero para ser juzgada por la autoridad, la obra debe que estar ya, ¡esto es obvio!

Pero no es lo obvio para todos los enfermos de autoritarismo, que han transformado la Iglesia en una sociedad de empleados que hacen corte a la autoridad.

Son enfermos de la misma enfermedad todos aquellos cristianos que dicen amar la Tradición, pero no se mueven para construir nada.

Esperando Papa después de Papa, Obispo después de Obispo, párroco después de párroco, pretendiendo de ellos un certificado de confianza en anticipo, antes de haber construido cualquier cosa.

El Concilio de Trento, tan amado por los tradicionales, fue preparado y hecho posible por todos los santos de la reforma católica, que nació mucho antes del concilio.

El Concilio de Nicea que salvó la fe en Cristo fue posible por todos los santos que en la soledad de la incomprensión permanecieron atados a la Tradición e hicieron las obras de Dios.

Ninguno de ellos tenía un certificado de confianza anticipado por la autoridad.

El peligro del autoritarismo es serio, es el instrumento que cada dictadura cultural tiene para  detener la vida, que no corresponde más al esquema que el hombre tiene en la cabeza.

Si el mundo tradicional cae en el engaño del autoritarismo, la verdadera reforma de la Iglesia, lamentablemente, será pospuesta…quizá por mucho tiempo.

Si el mundo tradicional cae en el engaño del autoritarismo no construirá la obra que Dios le ha dado a cumplir y muchas almas no habrán el refugio seguro en la tempestad.

Si caemos en el engaño del autoritarismo, aquel que espera del “jefe” la reforma de la propia vida, no podremos luego lamentarnos si en la tarde estamos con las manos vacías, ¡lo hemos querido nosotros!

 

[Traducción de Uriel García. Dominus Est. Artículo original]

*permitida su reproducción mencionando a DominusEstBlog.wordpress.com

 

 

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