ÚLTIMA HORA. MONS. SCHNEIDER SOBRE EL PROF. SEIFERT, CARD. CAFFARRA, Y EL DEBER DE RESISTIR. Entrevista por OnePeterFive

Por Maike Hickson. OnePeterFive. 17 de septiembre de 2017.

 

Nota del Editor (OnePeterFive): La siguiente es una entrevista con Mons. Athanasius Schneider, conducida por la Dra. Maike Hickson de OnePeterFive. Mons. Schneider es Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de Kazajistán.

 

Maike Hickson (MH): Usted firmó, junto con el Profesor Josef Seifert (entre muchos otros), la Apelación Filial reafirmando la enseñanza tradicional de la Iglesia sobre el matrimonio. El profesor Seifert ahora ha sido removido por su arzobispo español de su asiento ‘Dietrich von Hildebrand’ en la Academia Internacional de Filosofía en Granada, España – con la referencia negativa explícita a su crítica a ciertas declaraciones contenidas en Amoris Laetitia. ¿Podemos preguntar cuál es su respuesta a semejante medida de sanción, que se justificó bajo el argumento de que el Profesor Seifert estaba socavando la unidad de la Iglesia Católica y estaba confundiendo a los fieles?

Obispo Athanasius Schneider (OAS): El profesor Seifert ha hecho una acción urgente y muy meritoria al formular públicamente y de manera respetuosa, preguntas críticas sobre algunas afirmaciones evidentemente ambiguas en el documento papal Amoris Laetitia, considerando que estas afirmaciones están causando una anarquía moral y disciplinaria en la vida de la Iglesia, una anarquía que está bajo la mirada de todos y que nadie que aún haga uso de su propia conciencia y que tenga verdadera fe y honestidad podrá negar.

La sanción en contra el Profesor Seifert en nombre de quien sostiene un oficio eclesiástico es no sólo injusta, sino que representa en última instancia un escape de la verdad, un rechazo a un debate objetivo y de un diálogo, mientras que al mismo tiempo se proclama la cultura del diálogo como una prioridad primordial en la vida de la Iglesia de nuestros días. Tal actitud clerical en contra de un verdadero intelectual católico, como es el profesor Seifert, me recuerda las palabras con las que San Basilio el Grande describió una situación análoga en el siglo IV, cuando los clérigos arrianos invadieron y ocuparon la mayoría de las sedes episcopales: “Sólo una ofensa es ahora castigada con severidad – una observancia precisa de las tradiciones de nuestros padres. Por esta causa los piadosos son alejados de sus países y transportados a desiertos. Los religiosos permanecen en silencio, pero toda lengua blasfema se deja suelta” (Ep. 243).

 

MH: Cuando hablamos de la unidad de la Iglesia: ¿Cuál es la base para la unidad? ¿Tenemos que sacrificar todo debate razonado y prudente sobre asuntos de Fe y de Doctrina – si llegan enseñanzas diferentes e inconmensurables – a fin de no causar una posible grieta en la Iglesia?

OAS: La base de la auténtica unidad de la Iglesia es la verdad. La Iglesia es en su propia naturaleza “el pilar y el cimiento de la verdad” (1 Tim. 3, 15). Este principio ha sido siempre válido desde el tiempo de los Apóstoles y es un criterio objetivo para esta unidad: significa la “verdad del Evangelio” (cf. Gál. 2, 5-14). El Papa Juan Pablo II dijo: “Más allá de la unidad en el amor, la unidad en la verdad siempre es urgente para nosotros” (Discurso a la Tercera Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Puebla, 20 de enero de 1979). San Irineo enseñó: La Iglesia cree las verdades de la Fe como si no tuviera más que una sola alma, y un mismo corazón, y ésta les proclama, y enseña, y les transmite, con perfecta armonía, como si ésta tuviera una sola boca” (Adv. haer., I, 10, 2).

Muy al inicio de la Iglesia, Dios nos mostró la obligación de defender la verdad, cuando ésta está en peligro de ser deformada en nombre de cualquier miembro de la Iglesia, incluso si ésta debe pronunciarse en nombre del Pastor Supremo de la Iglesia, como fue el caso con San Pedro de Antioquía (cf. Gál. 2, 14). Este principio de corrección fraterna dentro de la Iglesia fue válido en todo momento, incluso hacia el Papa, y así también debería ser válido en nuestros días. Desafortunadamente, quien quiera que sea que en nuestros días se atreva a decir la verdad – aun cuando lo hace con respeto hacia los Pastores de la Iglesia – es clasificado como un enemigo de la unidad, como igualmente sucedió a San Pablo; pues había declarado: “¿Me he hecho, pues, enemigo vuestro con deciros la verdad?” (Gál. 4, 16)

 

MH: En el pasado reciente, muchos prelados han permanecido en silencio llenos de temor de causar un cisma en la Iglesia al formular preguntas públicamente o elevar objeciones hacia el papa Francisco respecto a su enseñanza sobre el matrimonio. ¿Qué les diría acerca de su elección de permanecer en silencio?

OAS: Antes que nada, debemos hacernos a la idea, de que el Papa es el primer siervo en la Iglesia (servus servorum). Él es el primero que tiene que obedecer de una manera ejemplar todas las verdades del Magisterio inmutable y constante, porque él es sólo un administrador, y no el dueño, de las verdades católicas, las cuales ha recibido de todos sus predecesores. El Papa mismo no debe nunca mostrarse ante las verdades transmitidas constantemente y la disciplina refiriéndose como si él fuera un monarca absoluto, diciendo “Yo soy la Iglesia” (haciendo una analogía con el rey francés Luis XIV: “L’état c´est moi” [“El Estado soy yo”). El Papa Benedicto XVI ha formulado la cuestión acertadamente: “El Papa no es un monarca absoluto cuyos pensamientos y deseos son ley. Por el contrario: el ministerio del Papa es una garantía de obediencia a Cristo y a su Palabra.

Él no debe proclamar sus propias ideas, sino más bien adherirse constantemente, él mismo y la Iglesia, en obediencia a la Palabra de Dios, ante cualquier intento de adaptarla o diluirla, y ante cualquier forma de oportunismo”. (Homilía 7 de Mayo de 2005). Los obispos no son empleados del Papa, sino colegas del Papa constituidos por lo Divino, no obstante estar subordinados a él jurisdiccionalmente, todavía aún, colegas y hermanos. Cuando el propio Papa tolera una amplia diseminación de evidentes errores de fe y de graves abusos de los sacramentos (como la admisión de adúlteros no arrepentidos a los sacramentos), los obispos no deberían comportarse como empleados serviles cobijándose en el silencio.

Semejante actitud demostraría indiferencia hacia la grave responsabilidad del ministerio Petrino y contradiría la propia naturaleza colegial del episcopado y del auténtico amor por el Sucesor de Pedro. Tenemos que recordar las palabras de San Hilario de Poitiers, mismas que pronunció en el tiempo de la confusión doctrinal general del siglo IV: “Hoy, bajo el pretexto de una piedad que es falsa, bajo la falsa apariencia de una predicación del Evangelio, algunas personas están tratando de negar a Jesús Nuestro Señor. Yo digo la verdad, para que la causa de la confusión que estamos sufriendo sea conocida por todos. No puedo permanecer callado” (Contra Auxentium, 1, 4).

 

MH: ¿Puede decirnos algunas palabras que el Cardenal Carlo Caffarra le haya dicho personalmente respecto a nuestra actual crisis en la Iglesia, palabras que podrían constituir, en parte, un tipo de legado?

OAS: Hablé solo en dos ocasiones con el Cardenal Caffarra. Incluso aquellos breves encuentros y conversaciones con el Cardenal Caffarra han dejado en mí algunas profundas impresiones. Vi en él un verdadero hombre de Dios, un hombre de fe, de la visión sobrenatural. Noté en él un profundo amor por la verdad. Cuando hablé con él sobre la necesidad de obispos que elevaran sus voces en vista del ataque generalizado contra la indisolubilidad del matrimonio y la santidad de los lazos sacramentales del matrimonio, dijo: “Cuando nosotros los obispos hagamos esto, no debemos temer a nadie ni a nada, pues no tenemos nada que perder”. Una vez le dije a una profundamente creyente y muy inteligente dama católica de los Estados Unidos, la frase utilizada por el Cardenal Caffarra, que nosotros los obispos no tenemos nada que perder cuando decimos la verdad. A esto ella dijo entonces estas inolvidables palabras: “Ustedes perderán todo cuando no lo hagan”.

 

MH: Ahora que solo quedan dos cardenales de los dubia – después de la muerte de tanto el Cardenal Carlo Caffarra como del Cardenal Joachim Meisner – ¿Cuáles son sus esperanzas respecto a otros cardenales que puedan ahora intervenir y llenar el vacío?

OAS: Espero y deseo que más cardenales, como oficiales de una nave en un mar en la tormenta, unirán ahora sus voces a las voces de los Cuatro Cardenales, con independencia del elogio o de la culpa.

 

MH: En general, ¿qué deberían hacer ahora – tanto laicos como clérigos católicos, si están siendo presionados para aceptar ciertos aspectos controversiales de Amoris Laetitia, por ejemplo respecto a los divorciados “vueltos a casar” y su posible admisión permitida a los Sacramentos? ¿Qué hay de aquellos sacerdotes que se niegan a dar la Santa Comunión a estas parejas de “vueltos a casar”? ¿Qué hay de los profesores laicos católicos que están siendo amenazados con ser removidos de sus puestos de enseñanza por su crítica real o percibida a Amoris Laetitia? ¿Qué podemos hacer ahora cuando nos enfrentamos, en nuestras conciencias, con la opción ya sea de traicionar la enseñanza de Nuestro Señor, o avanzar en obediencia resuelta hacia nuestros superiores?

OAS: Cuando los sacerdotes y los laicos permanecen fieles a la enseñanza y práctica inmutables y constantes de Iglesia entera, están en comunión con todos los Papas, obispos ortodoxos  los Santos de dos mil años, estando en una comunión especial con San Juan Bautista, Santo Tomás Moro, San Juan Fisher y con los incontables cónyuges abandonados que permanecieron fieles a sus votos matrimoniales, aceptando una vida de continencia con el propósito de no ofender a Dios. La voz constante en el mismo sentido y significado (eodem sensu eademque sententia) y la práctica correspondiente de dos mil años son más poderosas y seguras que la voz y la práctica discordantes de admitir adúlteros sin arrepentimiento a la Santa Comunión, aún si esta práctica es promovida por un solo Papa o por los obispos diocesanos.

En este caso tenemos que seguir la enseñanza y la práctica constantes de la Iglesia, pues aquí trabaja la tradición verdadera, la “democracia de los difuntos”, representa la voz mayoritaria de quienes nos han precedido. San Agustín respondió a las equivocada y no tradicional práctica Donatista[1] del rebautismo y la reordenación, reafirmando que la práctica constante e inmutable de la Iglesia desde el tiempo de los Apóstoles corresponde al juicio seguro del mundo entero: “El mundo entero juzga bien”, es decir, “Securus judicat orbis terrarum” (Contra Parmenianum III, 24).

Significa que la tradición católica entera juzga de manera segura y con certeza en contra de una práctica fabricada y de corta vida que, en un punto importante, contradice al Magisterio entero de todos los tiempos. Aquellos sacerdotes, que serían ahora forzados por sus superiores a dar la Santa Comunión a adúlteros públicos y sin arrepentimiento, o a otros conocidos pecadores públicos, deberían responderles con una santa convicción: “Nuestra actitud es la actitud de la Iglesia entera a lo largo de dos mil años”: “El mundo entero juzga bien”, “¡Securus judicat orbis terrarum!” El Beato John Henry Newman dijo en la Apologia pro sua vita: “El juicio deliberado, en el cual toda la Iglesia descansa y asiente, es una prescripción infalible y una sentencia final contra la novedad temporal”.

En este contexto histórico, aquellos sacerdotes y fieles deberían decir a sus Superiores eclesiásticos, y Obispos, así como también deberían decir amorosa y respetuosamente al Papa que, San Pablo dijo una vez: pues nada podemos contra la verdad, sino por la verdad. Nos gozamos siendo nosotros débiles y vosotros fuertes. Lo que pedimos es vuestra perfección”. (2 Cor. 13, 8-9)

 

[Traducción de Dominus Est. Artículo original]

*permitida su reproducción mencionando a DominusEstBlog.wordpress.com

 

[1] El donatismo fue un movimiento religioso cristiano iniciado en el siglo IV en Numidia (la actual Argelia), que nació como una reacción ante el relajamiento de las costumbres de los fieles. Iniciado por Donato, obispo de Cartago, en el norte de África, aseguraba que sólo aquellos sacerdotes cuya vida fuese intachable podían administrar los sacramentos, entre ellos el de la conversión del pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo (eucaristía), y que los pecadores no podían ser miembros de la Iglesia.

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