Cómo matar las Vocaciones en tu Diócesis

Por Anthony Esolen. Crisis Magazine.

El Cardenal Raymond Burke recientemente culpó a la feminización de la liturgia por el declive precipitado de las vocaciones sacerdotales. Su afirmación hace surgir 2 preguntas: ¿Qué califica como «feminización»? ¿Y hemos hecho eso a la liturgia? La pregunta que no debe surgir es: ¿Una liturgia feminizada causaría que los hombres dejaran de considerar la idea del sacerdocio con indiferencia, perplejidad, o desprecio? Por ejemplo, dos sacerdotes dando vueltas de puntitas como bailarinas panzonas en una Vigilia Pascual, con una tropa de niñas agitando telas en el aire, por más de 6 minutos, al son del arreglo de Aaron Copland de The Lord of the Dance. ¿Tendría eso algún atractivo natural para la mayoría de niños y jóvenes que saben a qué sexo pertenecen?

 

Por el contrario, ese espectáculo seguramente garantizaría que esos compañeros estarían sofocando la risa, contemplando sus rodillas mientras esperan que eso termine, o mirando de reojo la puerta. Y tan sólo imaginen si uno de los jóvenes hubiera cometido el terrible error de haber invitado a un amigo no católico a la Misa, o a alguien que se pregunta por qué debería tomarse en serio a la religión.

 

A veces me pregunto si los católicos realmente queremos vocaciones al sacerdocio. Es algo razonable juzgar las intenciones de una persona por sus acciones habituales. Si hago algo experimental en una de mis clases de la universidad, y muchos buenos estudiantes dejan mi materia, podría, si fuera terco, intentarlo de nuevo en una forma modificada. Pero si aún sucede que los buenos estudiantes se van, y yo persevero en lo que ya no es un experimento, un observador razonable podría concluir que no me importa si se van. No importa si expreso mis supuestas intenciones todo el tiempo, diciendo «¡Este curso necesita más estudiantes, y mejores estudiantes!». Podría rezar porque esos estudiantes se inscribieran y perseveraran, tan razonablemente como podría rezar por que se me quitara el dolor de cabeza mientras golpeo mi frente contra la pared. De hecho, si mis acciones no solamente me fallan, sino que comienzan a herir a otros también, y persevero, el observador razonable me atribuiría más que incompetencia o indiferencia. Él llegaría a la conclusión de que realmente deseo el mal resultado; estoy contento con él.

 

Nuestra diócesis de verano, sirviendo a más de cien mil católicos, no tiene seminaristas. Lo digo literalmente: ni uno. Han ordenado a dos hombres en los últimos diez años, uno de los cuales ha dejado el sacerdocio para casarse. Las iglesias están cerrando en todas partes. Nuestro párroco, incondicional sacerdote, ha tenido que celebrar la Misa para cinco parroquias en un radio de más de veinte millas. La lejana diócesis de Lincoln, Nebraska, sirviendo apenas a cien mil católicos, tiene cuarenta y ocho seminaristas, al menos dos sacerdotes en cada parroquia, ninguna iglesia siendo cerrada, y muchas escuelas. La pregunta obvia es: ¿Por qué no intentamos al menos unas pocas cosas que hacen en Lincoln? O, mejor dicho: ¿Por qué no dejamos de hacer nueve o diez cosas que nunca han hecho en Lincoln?

 

La envidia profesional explica algo de la resistencia. La terquedad otro tanto. La timidez y los compromisos políticos y mundanos también juegan su papel. Pero he comenzado a preguntarme si acaso algunos de nuestros líderes están animados por un deseo de muerte para una Iglesia en la que ya no creen. Aquí, pues, de lo que he observado en la diócesis fallida -y estoy en una posición excelente para observar-, están las cosas que deberías hacer si quieres matar las vocaciones al sacerdocio. Las enumeraré en categorías.

 

  • Diluye la fe. Los guerreros quieren algo por lo qué luchar. Asegúrate de que no haya nada por lo qué luchar. No prediques la doctrina completa de la Iglesia. Nunca hables de los terribles pecados de nuestra época. Preocúpate más por no ofender al par de personas que aún se presentan a Misa, en lugar de preocuparte por no ofender a Dios. Elimina el sexto mandamiento. Mientras estás en eso, quita el segundo, el tercero y el noveno también.

 

  • Equipara la «caridad» cristiana con darle al César lo que es del César, y también lo que es de Dios, lo que es tuyo, lo que es de tus hijos, y lo que es de tu comunidad. Asume que cualquiera que no se llame Hitler se va a ir al cielo, porque alguna mediocre simpatía natural es suficiente para agradar al Todopoderoso. «Sean agradables», dijo Jesús, «incluso como su tío Ronnie era agradable». Tu tío divorciado Ronnie, que vivía con su novia, pero que era bueno con los perros y con los niños que no eran suyos. Baja la barra tanto que incluso un lisiado moral pueda pasar sobre ella, y al mismo tiempo hazlo parecer como que será más la acrobacia del lisiado que la Gracia de Dios lo que le dará un lugar en el cielo. Nunca sugieras que la fe es una cuestión de salvación o condenación.

 

  • Convierte al Sacramento en la hora de la botana. Deshazte de cualquier reclinatorio o barandal [comulgatorio] para comulgar. Asegúrate de que todos reciban el Sacramento en las manos, como galleta de la fortuna. Dile a la gente que permanezca de pie. Haz lo necesario para que la gente no se arrodille durante la Misa. Haz que recibir el sacramento de la confesión sea lo más difícil posible. Trátalo como si fuera insignificante. Si alguien desea confesarse, gira los ojos y asegúrate de que el penitente note cuánto te molesta. No te tomes sus pecados en serio. De hecho, si puedes, dale la impresión de que puede ir y cometer el mismo pecado con impunidad. De este modo lograrás que sea más probable ver un alce caminando en una avenida que a un alma cargada con pecado buscándote, o a una saludable fila de ellas en el confesionario. Y mientras estás en eso, asegúrate de que no haya confesionarios: pueden ser transformados en closets para escobas, trapeadores y detergente.

 

  • Desnuda los altares. ¿Hay pinturas en tu iglesia? Cúbrelas con cal o retíralas. ¿Hay algún antiguo altar mayor en la parte posterior del santuario? Trocéalo y úsalo como combustible. Mejor aún, tumba dos o tres iglesias viejas y construye una en forma de gimnasio. Si colocas las estaciones de la Cruz, que sean tan pequeñas y ambiguas que nadie pueda distinguir qué son a más de tres metros de distancia. Que la silla del sacerdote esté en el centro, en la pared de atrás. Deshazte de cualquier remanente de arte popular genuino, o de la gran herencia artística de la Iglesia. Que todo sea trivial. Resbaloso y trivial.

 

  • Cierra tus escuelas. Entrégalas al gobierno para que las administre, como le hicieron en Canadá. Contrata a laicistas para que enseñen ahí, o mejor aún, católicos que odien a la Iglesia. Si tienes una preparatoria de hombres, hazla mixta. Si ahí tienes un equipo de basketball de hombres y no tienes presupuesto para el de mujeres, cancela ambos. Pon el catecumenado de adultos en manos de laicos de dudoso conocimiento y piedad. Haz lo mismo para las clases de religión en la escuela. Asegúrate de que tus clases de historia o inglés sean exactamente iguales a las que enseñan en otros lugares. Convierte la educación católica en educación pública con agua bendita -como acertadamente me llegó a decir alguien que fielmente lucha por recuperar la catolicidad de las escuelas católicas-.

 

  • Sé afeminado. Deshazte de los cantos que hablen de ser soldados de Cristo. Castra todos los demás. Favorece los cantos que hablen de Jesús como si fuera un seguro y tierno novio, con quien te acurrucas en el sillón y después en el cielo. Que la música sea dirigida por mujeres, especialmente mujeres a las que les guste ser vistas y oídas mientras cantan. Que la solista vaya al frente, junto a Cristo y el sacerdote. Permite que niñas pequeñas hagan rutinas de baile en los pasillos. Pon a bailar a seis niñas en la compañía de un niño claramente obligado por su madre, que sólo se quede parado y enojado. Favorece cualquier instrumento menos el órgano. Que el tecladista mueva los dedos como un pianista contratado de bar, para que los comulgantes puedan, al pasar junto a él, dejarle un billere en el sombrero que se encuentra junto a la copa de champagne de tallo largo. Ten a tantas acólitas como puedas. Desmotiva a los hombres a unirse. No les des nada importante qué hacer. Usa a tantas mujeres lectoras como puedas. De hecho, ya que la Misa se haya convertido algo tan soso para las propias niñas, usa a señoras mayores para acolitar, de modo que se ocupen del altar como si estuvieran poniendo la mesa para una reunión familiar.

 

  • Nunca sugieras que la Iglesia necesita a los hombres para algo. Haz que «varón» sea una obscenidad. Nunca insinúes que los padres y madres cumplen funciones complementarias en una familia. Nunca insinúes que Jesús tenía algo importante en mente cuando escogió a doce hombres como sus hermanos. Sugiere por el contrario que para ser un cristiano genuino, un hombre debe dejar de ser hombre. Compra la ridícula noción feminista de que las mujeres han sido «oprimidas» durante casi dos mil años.

 

Y después reza por las vocaciones, una vez que has hecho todo lo posible para que nunca tengas ninguna.

 

Nota del editor: En la foto de arriba, el entonces Obispo George Niederauer, quien posteriormente se convirtió en el Arzobispo de San Francisco, celebra la Misa en la Preparatoria católica Judge Memorial en Salt Lake City, junto con bailarinas litúrgicas en el altar.

 

 

Una respuesta a “Cómo matar las Vocaciones en tu Diócesis

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  1. agrégale que tu diócesis no tenga pastoral vocacional, la página web del seminario (si es que existe) esté desactualizada, con la mínima información posible y con interfaz html propia del cambio de siglo…que los sacerdotes no tengan horarios de confesiones si no que «haya que buscarlos» y si lo tienen, no es en el confesionario si no en la oficina o «donde lo pillen». Pon continuamente a diáconos y hasta a laicos a celebrar liturgias donde debería haber Misa…pon dos o más sacerdotes a concelebrar cuando uno de ellos podría estar confesando o haciendo Misa en otra iglesia, etc

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