Card. Müller y el ‘derecho-deber’ de corregir a veces al Papa

Por Marco Tosatti. Nuova Bussola Quotidiana. 19 de enero de 2018.

 

En la Iglesia existe el derecho, e incluso el deber de corregir a “un apóstol”, cuando enseña cualquier cosa que no es justa; y son derechos y deberes que pueden (o deben)[1] ser ejercidos no solo por “otro apóstol”, es decir por cualquier que tenga la función episcopal, sino también por un subordinado ante un superior. Así lo explica el cardenal Gerhard Müller, ex prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe en una reflexión publicada por el sitio estadounidense “First Things”, y enfocado en la autoridad papal. “¿Con qué autoridad?”, se titula el breve, pero muy interesante ensayo, que parte de la polémica sobre la “Kulturkampf”[2] desencadenada por Bismarck (canciller del Segundo Imperio Alemán. N.d.T.) contra los católicos; pero del cual se pueden percibir fácilmente las consecuencias sobre la actualidad eclesial, A partir de la controvertidas indicaciones de “Amoris Laetitia”, continuando con los “Dubia”, todavía sin una respuesta por parte del Pontífice, las peticiones filiales, la “Correctio filialis” y el documento de fidelidad a la enseñanza de siempre de la Iglesia en materia de matrimonio y sacramentos. Por cuanto escribe el purpurado alemán es evidente la legitimidad de estas iniciativas.

 

“Es necesario tener en mente – escribe Müller – que las afirmaciones doctrinales tienen diversos grados de autoridad. Exigir diversos grados de consenso, así como expresión de las llamadas ‘notas teológicas’. La aceptación de una enseñanza con ‘fe católica y divina’ es necesario solo para las definiciones dogmáticas. Es claro también que el papa o los obispos no deben pedir a ninguno que actúe o enseñe contra la ley moral natural. La obediencia de los fieles frente a sus superiores eclesiásticos en consecuencia no es una obediencia absoluta, y el superior no puede pedir obediencia absoluta, porque tanto el superior como aquellos confiados a su autoridad son hermanos y hermanas que proceden del mismo Padre, y son discípulos del mismo Maestro”.

 

Le sigue un grado diferente de responsabilidad; “Por tanto, es más difícil enseñar que aprender, porque la enseñanza es asociada a una mayor responsabilidad frente a Dios. La afirmación ‘debemos obedecer a Dios más que a los hombres’, tiene validez también, y especialmente, en la Iglesia. Contra el principio de obediencia absoluta que prevalecía en el Estado militar prusiano, los obispos alemanes insistían frente a Bismarck: ‘Seguramente no es la Iglesia católica la que ha abrazado el principio inmoral y despótico en base al cual, las órdenes de un superior libra a cualquiera de toda responsabilidad personal incondicionalmente’ “.

 

Este principio es válido también al interior de la Iglesia, y no solamente en las confrontaciones con la autoridad civil o estatal: “Cuando opiniones privadas o limitaciones morales y espirituales entran en el ejercicio de la autoridad eclesiástica, entonces se exigen críticas sobrias y objetivas, así como la corrección personal, especialmente por parte de hermanos en el oficio episcopal. No se sospechará que Tomás de Aquino haya relativizado el Primado Petrino y la virtud de la obediencia. La forma en que interpreta el incidente en Antioquía es cuanto más esclarecedor, un incidente que culmina en la corrección pública de Pedro por parte de Pablo”.

 

El cardenal muestra las consecuencias del evento, y del choque famoso entre Pedro y Pablo: “Según S. Tomás de Aquino, el evento nos enseña que en ciertas circunstancias un apóstol puede tener el derecho, e incluso el deber, de corregir a otro apóstol de manera fraterna, y que incluso un subordinado puede tener el derecho y el deber de criticar al superior”.

 

Este ‘derecho-deber’ también tiene sus límites precisos, como enseña el Concilio Vaticano II citado por Müller: “Esto no significa que se puede reducir el magisterio a una opinión privada, como para  que cualquiera sea dispensado del poder vinculante [obligatorio] de la enseñanza auténtica y definida por la Iglesia. Solo significa que uno debe entender bien el significado preciso de la autoridad de la Iglesia en general y el papel del ministerio de Pedro en particular. Y esto es particularmente cierto cuando el conflicto no nace de la enseñanza del papa y el punto de vista personal de cualquiera, sino entre la enseñanza del papa y la enseñanza de los papas precedentes que estén de acuerdo con la tradición ininterrumpida de la Iglesia”. Y ciertamente el ejemplo más reciente y actual de este contraste puede encontrarse, entre las interpretaciones aperturistas de Amoris Laetitia, y el magisterio de los papas recientes, de estos últimos, Juan Pablo II y Benedicto XVI.

 

 

[Traducción de Uriel García. Dominus Est. Artículo original]

*permitida su reproducción mencionando a DominusEstBlog.wordpress.com

 

 

REFERENCIAS:

[1] Cann. 212. § 3.  [Los fieles] Tienen el derecho, y a veces incluso el deber, en razón de su propio conocimiento, competencia y prestigio, de manifestar a los Pastores sagrados su opinión sobre aquello que pertenece al bien de la Iglesia y de manifestar a los demás fieles, salvando siempre la integridad de la fe y de las costumbres, la reverencia hacia los Pastores y habida cuenta de la utilidad común y de la dignidad de las personas. [Código de Derecho Canónico]

[2] El Kulturkampf, o combate cultural (del idioma alemán kultur cultura y kampf lucha), fue el nombre dado por Rudolf Virchow a un conflicto que opuso al canciller del Imperio alemán, Otto von Bismarck, a la Iglesia católica y al Zentrum, partido de los católicos alemanes, entre 1871 y 1878. Fue esencialmente un conflicto legislativo del gobierno en el plano confesional contra el catolicismo político desde el parlamento, con el apoyo de partidos tradicionalmente liberales y anticlericales.

Ideológicamente las acciones gubernamentales tenían una base pangermanista y anticatólica que llevaron a una fuerte tensión a nivel jurídico-legislativo entre el secularismo y la libertad religiosa.

El Kulturkampf brindó apoyo a la secta de los «viejos Católicos», los cuales niegan el dogma de la Infalibilidad Papal. Dicho apoyo consistió en la promoción del cisma por parte del gobierno imperial.

 

 

Portada: Spaziani

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