El Papa Luciani y la guerra de doctrina con los jesuitas

Por Francesco Agnoli. Nuova Bussola Quotidiana.

 

En la segunda entrega sobre Albino Luciani habíamos abordado su adhesión profunda a la encíclica de su predecesor “Humanae Vitae”. Convirtiéndose en Papa, Luciani sabía bien que debería tomar sobre su espalda una cruz muy pesada. Se presentó rápidamente al pueblo de Dios como él era: un enseñante de catecismo para niños y un pastor. Para Luciani no había dificultad en mantener las dos cosas juntas: el pastor no quiere que ninguna de sus ovejas vaya dispersa, por esto está pronto para indicar a cada una, con todo el amor y la paciencia posibles, el camino recto del redil.

 

Uno de sus pocos textos legados se titula “Catequesis en migas”, y contiene reflexiones como esta: “Dejando a un lado el catecismo, ¿no sabrás que medios utilizar para hacer bienes pequeños y grandes?, ¿tirarías la ‘dignidad humana’ en el campo?, los pequeños no entienden que cosa es, pero los grandes se burlan de ella, ¿pondrías adelante el “imperativo categórico”?, peor que peor… Se dice que también la filosofía y la ciencia son capaces de hacer buenos y nobles a los hombres, pero no existe comparación con el catecismo que enseña en breve la sabiduría de todas la bibliotecas, resuelve los problemas de toda la filosofía y satisface todas las investigaciones más penosas y difíciles del espíritu humano”.

 

Para Luciani el catecismo tiene también el gran mérito de meter en el corazón humano el sentido del pecado, el remordimiento: “el remordimiento no les dejará tener paz en el pecado y pronto les conducirá al bien”. En esto era totalmente fiel a la Tradición de la Iglesia, que lejos de separar verdad y amor, caridad y justicia, misericordia y castigo, mantiene juntas estas realidades inseparables. Al inicio del año del Seminario, el 20 de septiembre de 1977, Luciani se dirigió así a sus jóvenes: “les recomiendo en lugar de esto el amor a la Tradición, no sean de aquellos que deslumbrados y cegados, piensan que sólo ahora nace el sol y desean que todo se derrumbe y cambie”.

 

En sus 33 días de Pontificado Juan Pablo I se encontró frente a grandes dificultades. Tenía intenciones, como se había visto, de renovar la Curia, de reformar el IOR [Banco del Vaticano] y de afrontar el dossier espinoso de los prelados inscritos en la masonería.

 

La lista de 121 masones redactada por Mino Picorelli en 1978 contenía no solamente el nombre de Paul Marcinkus, con el cual Luciani había discutido demasiado desde que era Patriarca de Venecia, también estaba Donato de Bonis brazo derecho de Marcinkus sobre cuya carrera criminal se han prendido luces desde hace pocos  años, y los jesuitas Roberto Tucci, director de Radio Vaticana, Virgilio Levi vicedirector de L’Osservatore Romano y Giovanni Caprile, firma insigne de la Civiltà Cattolica.

 

Que fuesen realmente masones, Luciani no lo sabía, pero todo hace pensar que deseaba ir al fondo de esa cuestión.

 

De hecho estaba convencido de que las ideas revolucionarias que habían echado raíces entre los jesuitas, sobre todo los jóvenes, a menudo desafiantes a la frente a la Tradición y la Doctrina representaban un gran problema para la Iglesia, Sobre todo por sus innovaciones en el campo doctrinal, cosa bien ejemplificada en la obra del jesuita Karl Rahner, el cual no era ciertamente un amante del catecismo, en segundo lugar por sus grietas en el campo moral, finalmente por su apertura al mundo, incluida la masonería.

El vaticanista Benny Lay en “Mi Vaticano”, recuerda frecuentemente como la cuestión de los jesuitas estaba en la agenda del día también en la época de Pablo VI.

 

Por ejemplo, el 9 de marzo de 1970, Benny Lay escribe: «La nota por la cual la Radio Vaticana condenó las declaraciones de tres profesores jesuitas gregorianos sobre el divorcio es más estricta que el comunicado de la Compañía de Jesús …»; El 12 de octubre de 1973, Lay recuerda «el lenguaje duro, acompañado de severas advertencias, con las que Pablo VI se dirigió a los jesuitas por la participación de su asamblea»; el 7 de marzo de 1974, señaló que el padre Tucci «respondió al cardenal Benelli», quien le pidió que asistiera a una serie de conferencias para alertar a los feligreses romanos contra el divorcio; el 27 de febrero de 1975 recuerda que «la mayoría de los jesuitas … rechazaron la candidatura del padre Paolo Dezza, confesor de Montini», es decir, del Papa.

 

Un asunto que angustiaba a Montini, y aún más a Luciani (ver, por ejemplo, “30 giorni” del 9 de septiembre de 1993) fue el intenso diálogo abierto por algunos jesuitas, incluido el ya mencionado padre Caprile, con la masonería. El vaticanista Ignazio Ingrao, en su documental El Concilio Secreto (Piemme, 2013) dedica un párrafo al tema. El título es: «¿Una logia de los jesuitas?».

 

Ingrao recuerda las sospechas sobre el  padre Tucci y del padre Caprile, que también terminaron también en la lista de prelados masones publicada por Panorama, pero sobre todo los hechos ciertos: «Lo que históricamente se ha establecido es el compromiso del jesuita Caprile y del religioso Paolino Esposito en promover reuniones bilaterales con los masones inmediatamente después del concilio. Hay nueve ‘conversaciones bilaterales’ entre 1960 y 1979. Dos veces los máximos dirigentes de la masonería italiana cruzaron las puertas de la ‘Civiltà cattolica’ para encontrarse con los jesuitas…”

 

Es cierto que Luciani no veía con buenos ojos tales encuentros bilaterales, que recibirían un alto definitivo, después de su muerte gracias a dos cardenales alemanes: Joseph Stimpfle y Joseph Ratzinger.

 

Es un hecho que en sus 33 días de pontificado no pudo dar claridad ni hacer limpieza, ni cumplió muchos actos de gobierno, y que escribió pocas cartas muy breves y más de circunstancia. La única carta larga y profunda es aquella “A los jesuitas”. Debió haberla leído y consignado el 30 de septiembre de 1978, dos días después de su muerte, con ocasión de una audiencia especial a los procuradores de la Compañía de Jesús convocados a Roma de cada parte del mundo. Se trata de un texto rico en el cual, aparte de los saludos rituales, hay llamadas constantes y severas advertencias.

 

El Papa comenzaba así: Pero como ustedes, en estos días deben proceder a un examen acerca del estado de la Compañía de Jesús mediante una valoración sincera, realista y valerosa de la situación objetiva, analizando si es necesario las deficiencias, las lagunas, las zonas de sombras, quiero confiar a su meditación responsable algunos puntos que están particularmente en mi corazón: Deficiencias, lagunas, zonas de sombra: como inicio no es el más halagador. Ustedes, continuaba el Papa “se preocupan de los grandes problemas económicos y sociales que hoy atraviesa la humanidad”, “más en la solución de estos problemas deben saber siempre distinguir las tareas de los sacerdotes religiosos  de aquellas que son propias de los laicos. Los sacerdotes deben inspirar y animar a los laicos hacia el cumplimiento de sus deberes, pero no deben sustituir estos, descuidado su propia tarea específica en la acción evangelizadora”.

 

En pocas palabras, el Papa reclamaba a tantos jesuitas fascinados por la doctrina marxista, dedicados a la política, a la sociología, a lo social, más que a Cristo mismo, para luego radicar este error en un hecho: “el abandonamiento de la sólida doctrina”.

 

Es necesario recordar aquí que el nombre electo por Luciani, “Juan Pablo I”, era también en honor de San Pablo, el cual escribió en la segunda carta a Timoteo: Te conjuro delante de Dios y de Cristo Jesús, que ha de juzgar a vivos y muertos, por su aparición y por su reino: Predica la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, arguye, enseña, exhorta con toda longanimidad y doctrina; pues vendrá un tiempo en que no sufrirán la sana doctrina, antes, deseosos de novedades, se rodearán de maestros conforme a sus pasiones, y apartarán los oídos de la verdad para volverlos a las fábulas. Pero tú vela en todo, soporta los trabajos, haz obra de evangelista, cumple tu ministerio. (2 Tim. 4, 1-5)

 

Si en el pasaje de Pablo la palabra “doctrina” se menciona dos veces, acompañada en un caso de la palabra “sana” en la prosa del discurso de Juan Pablo I a los jesuitas el subrayado es todavía mayor, la insistencia es casi hartante. El Papa repite más de una vez una palabra que muchos jesuitas ya no quieren escuchar más.

 

De hecho recuerda que “San Ignacio exige de sus hijos una firme doctrina”, recomienda, tres líneas abajo, el ser fiel a una “doctrina sólida y segura, plenamente conforme a la enseñanza de la Iglesia”, luego invita a “no permitir que las enseñanzas y publicaciones de los jesuitas causen confusión y desorientación en medio de los fieles”, y agrega: “recuerden que la misión encomendada al Vicario de Cristo es la de anunciar, de manera adecuada a la mentalidad de hoy, pero en su integridad y pureza el mensaje cristiano, contenido en el depósito de la revelación”.

 

¿No es demasiado explícito y fuerte el concepto?, Luciani lo repite otra vez, invitando a los jesuitas a formar a los jóvenes con “una doctrina sólida y segura” porque quien frecuenta sus escuelas lo hace por la “solidez y doctrina de la que esperan participar”.

 

Pero no ha terminado, el Papa continúa: “No dejen caer esas tradiciones loables (ligadas a una severa disciplina religiosa), no permitan que tendencias secularizantes vengan a penetrar y turbar su comunidad”, porque el necesario contacto apostólico con el mundo no significa asimilación con el mundo, de hecho se exige aquella diferenciación que salvaguarda la identidad del apóstol, de modo que sea verdaderamente sal de la tierra y levadura capaz de hacer fermentar la masa”.

 

Juan Pablo I, como se ha dicho, morirá antes de dar este discurso.

 

Pero un año después, el 21 de septiembre de 1979, Juan Pablo II, quien tendrá siempre una relación muy conflictiva con los jesuitas, tal vez recordando el discurso de su predecesor lo repetirá para dar a los novicios una «formación doctrinal con sólidos estudios filosóficos y teológicos según las directivas de la Iglesia y la formación apostólica dirigida a las formas de apostolado que son propias de la Compañía, abiertas a las nuevas exigencias de los tiempos, pero fieles a los valores tradicionales que tienen un efecto duradero». Una vez más, se encuentran las dos palabras tan invisibles: doctrina y tradición.

 

[Traducción de Uriel García. Dominus Est. Artículo original]

*permitida su reproducción mencionando a DominusEstBlog.wordpress.com

 

 

 

Una respuesta a “El Papa Luciani y la guerra de doctrina con los jesuitas

Add yours

Deja un comentario

Crea un blog o un sitio web gratuitos con WordPress.com.

Subir ↑