DETRACTORES DEL CARD. SARAH ATACAN SUS PUNTOS DE VISTA Y PIDEN SU DIMISIÓN

Por Matthew Schmitz. THE CATHOLIC HERALD.

Los detractores del cardenal Sarah han atacado sus puntos de vista y han pedido su dimisión. Su respuesta ha sido un gracioso silencio.

Una creciente multitud quiere la cabeza del cardenal Sarah en una bandeja. Abra cualquier periódico católico y encontrará a menudo una petición para la renuncia del cardenal africano que preside la Congregación para el Oficio Divino en el Vaticano: “Se le pasó el tiempo [al papa Francisco] para reemplazar al cardenal Sarah” (Maureen FiedlerNational Catholic Reporter); “Se necesitará nuevo vino en la Congregación para el Oficio Divino” (Christopher LambThe Tablet); “Los oficiales de la Curia que se niegan a aceptar el programa de Francisco deberían marcharse. O el Papa debería enviarlos a otra parte” (Robert Mickens, Commonweal); “Francisco debería plantarse. Cardenales como Robert Sarah… pueden creer que con un papado dirigiendo en la dirección equivocada, la reticencia es un deber. Pero esto no significa que Francisco tenga que lidiar con ellos” (The EditorsThe Tablet).

 

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Sarah no siempre fue tratado como el hombre más peligroso de la cristiandad. Cuando fue nombrado para su cargo por el papa Francisco en 2014, gozaba de prestigio incluso por parte de quienes hoy lo critican. Mickens lo describe como: “sin ambición, bueno para escuchar y, a pesar de mostrar un claro lado conservador desde su llegada a Roma… un ‘hombre del Vaticano II’”. Lamb fue informado por sus fuentes de que Sarah era alguien que podría gustar a los liberales, el tipo de obispo que simpatizaba con la “inculturización”. John Allen resumió el consenso por todo el Vaticano: Sarah era un obispo de perfil bajo, “cálido, simpático y modesto”.

Todo eso cambió el 6 de octubre de 2015, al tercer día del sínodo contencioso sobre la familia. Los padres del sínodo quedaron divididos por las peticiones, aparentemente en competencia, de llegar a las personas que se sentían estigmatizadas por la enseñanza de la Iglesia en materia sexual y de proclamar con valentía la verdad a un mundo hostil. En lo que ha llegado a ser conocido como el discurso de las ‘bestias apocalípticas’, Sarah insistió en que ambas eran posibles. “No estamos contendiendo contra criaturas de carne y hueso”, dijo a sus hermanos obispos. “Necesitamos ser inclusivos y acoger todo lo que es humano”. Pero la Iglesia aún debe proclamar la verdad de cara a dos grandes retos. “Por un lado, la idolatría de la libertad occidental; por el otro, el fundamentalismo islámico: secularismo ateo contra fanatismo religioso”.

El arzobispo Stanisław Gądecki, presidente de la Conferencia Episcopal polaca, escribió que la intervención de Sarah está hecha de “un nivel muy alto teológica e intelectualmente”, pero hay otros que parecen pasar por alto su significado en conjunto. El arzobispo Mark Coleridge de Brisbane, Australia censuró el uso de “lenguaje apocalíptico”. (Uno se pregunta de qué trata entonces el resto de la Revelación de San Juan). “A los chicos no les gusta que se les recuerde el Juicio Final”, dijo en broma un cardenal a partir de lo que dijo el cardenal Sarah.

Un prominente vaticanista me escribió desde Roma: “Al hablar de las dos bestias del Apocalipsis, hoy acaba de entrar en él. Sus posibilidades como papable han sido golpeadas”. El padre James Martin S.J. hizo la afirmación de que Sarah había violado el catecismo, “que nos pide tratar a las personas LGBT con ‘respeto, compasión y sensibilidad’ “.

A veces uno quisiera preguntar si, para católicos como el padre Martin, no hay palabras con las que pueda defenderse la enseñanza de la Iglesia en materia sexual – ya que parece que nunca las emplean. Todavía, la reacción al discurso de Sarah probablemente tenga que ver más con un simple analfabetismo que con alguna diferencia en principio. El cardenal Wilfred Napier de Durban dijo en el arranque del sínodo que los europeos sufren a partir de un “rechazo e ignorancia entresacados no sólo de la enseñanza de la Iglesia sino también de la Escritura”. Estaba en lo correcto. Aquellos que no viven en la Escritura y no conocen sus datos de primera mano, están más inclinados a ver el lenguaje bíblico como irrelevante o incendiario.

El 14 de octubre, una semana después del discurso de Sarah, el cardenal Walter Kasper se quejó de las intervenciones del cardenal africano en el sínodo. “Yo sólo puedo hablar de Alemania en donde una gran mayoría quiere una apertura sobre el divorcio y las segundas nupcias. Es lo mismo en Gran Bretaña, y en todas partes”. Bueno, no exactamente en todas partes: “Con África es imposible. Pero ellos no deberían decirnos tanto qué hacer”.

La desestimación de Sarah y de los otros africanos por parte de Sarah provocó una protesta inmediata. Obianuju Ekeocha, una católica nigeriana que hace campaña en contra del aborto, escribió: “Imaginen mi asombro al leer las palabras de uno de los padres del sínodo más prominentes… Como mujer africana viviendo ahora en Europa, estoy acostumbrada a ver ignorados mis puntos de vista y valores, o desechados como un ‘problema africano’ “.

El cardenal Napier coincidió: “Es una verdadera preocupación leer una expresión como ‘el teólogo del Papa’ aplicada al cardenal Kasper… Éste no es muy respetuoso con la Iglesia africana y sus líderes”.

La declaración de Kasper fue como el rompimiento de una presa. Desde entonces, una gran ola de abusos se ha vertido sobre Sarah. Sus críticos le han descrito como engreído, maleducado y posiblemente criminal – o al menos con necesidad de un bueno escarmiento.

Michael Sean Winters del National Catholic Reporter le recordó a Sarah su papel (“los cardenales de la Curia son, después de todo funcionariado, un funcionariado ensalzado, pero funcionarios”). El padre William Grim de La Croix, definió el trabajo de Sarah como “necio… ostensiblemente estúpido… idiotez vestida de rojo”. Andrea Grillo, un liturgista italiano liberal, escribió: “Sarah ha mostrado, por años, una significante insuficiencia e incompetencia en el campo de la liturgia”.

En el Tablet, el padre Anthony Ruff corrigió a Sarah. “Sería bueno si él pudiera estudiar las reformas más en profundidad y comprender, por ejemplo, lo que quiere decir ‘misterio’ en teología católica”. Massimo Faggioli, un vaticanista que frecuenta las heladerías de Roma, hizo la inocente observación de que el discurso de las bestias apocalípticas de Sarah “estaría sujeto a cargos criminales en algunos países”. (Habiendo ejercido su ministerio por años bajo la brutal dictadura marxista de Sékou Touré, difícilmente Sarah necesita un recordatorio del hecho de que una abierta profesión de creencia cristiana puede ser un crimen).

Después de que el papa Francisco rechazase el año pasado el llamamiento de Sarah a los sacerdotes para que celebraran misa ad Orientem, el desprecio por Sarah estalló en una lluvia de golpes: “es sobremanera inusual para el Vaticano el aplacar a un príncipe de la Iglesia, pero no es del todo sorprendente dada la manera en que ha actuado el cardenal Sarah…” (Christopher Lamb, the Tablet); “El Papa le ha bajado los humos al cardenal Sarah de una manera fuerte, sólo concediéndole un poco de dignidad le ha perdonado la vida” (Anthony Ruff, Pray Tell); “El Papa aplaca a Sarah” (Robert Mickens, on Twitter); “El papa Francisco… lo aplacó” (de nuevo Mickens, en Commonweal); “un aquietamiento más” (Mickens una vez más, unos pocos meses después en La Croix). Todo en suma, ha sido una tremenda paliza.

Los católicos tradicionales tienden a apoyar estándares doctrinales consistentes y enfoques pastorales sin importar fronteras. En el caso de que no prefieran la misa en latín, quieren traducciones vernáculas para seguir el latín lo más cercano posible. No se escandalizan por cómo hablan los africanos sobre la homosexualidad, o por los cristianos en Oriente Medio hablando sobre el islamismo.

Los católicos liberales, mientras tanto, hacen campaña por una traducción vernácula escrita en un estilo de expresiones actuales aprobada por las conferencias episcopales de cada país en particular, no por Roma. Las realidades locales requieren que la verdad sea ajustada en cuanto cruza una frontera. Las declaraciones doctrinales católicas deben ser expresadas en un lenguaje pastoral sensible – sensible, esto es, a la sensibilidad del educado, y rico Occidente.

Una de las ventajas del nacionalismo eclesiástico es que permite a los liberales el evitar discutir directamente en terrenos doctrinales, donde los “rigoristas” tradicionales suele tener la ventaja. Si la verdad debe medirse con realidades locales, ninguna persona en Roma o en Abuja tendrá mucho qué decir sobre la fe en Bruselas y Stuttgart. Este fue el punto detrás del desprecio a los africanos por parte de Kasper (“Debe haber lugar también para las conferencias episcopales locales para que resuelvan sus problemas pero, yo diría, con África es imposible. Pero ellos no deberían decirnos tanto lo que tenemos que hacer”). Una de sus desventajas es una tendencia a un lenguaje exclusivo y estereotipado.

Uno nota esto en escritores como Rita Ferrone de Commonweal, quien dice que en lugar de hacer caso a Sarah, los angloparlantes deberíamos “confiar en nuestra propia gente y en nuestra propia sabiduría en lo que se refiere a la oración en nuestra lengua materna”. El “nosotros” detrás de ese “nuestra” no es global ni católico, sino burgués y americano.

 

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¿Qué pasaría si en lugar de ser relegado a su lugar, aquietado y encerrado por haber violado los códigos de discurso de Occidente, Sarah llegara a ser Papa? Esto es lo que más temen los críticos. Mickens escribe sobre la oscura posibilidad de un “Pío XIII (también conocido como Robert Sarah)”. Lamb dice que Sarah podría resultar ser “el primer Papa de color”. (Eso sería algo hermoso – los padres de Sarah, conversos en el alejado poblado guineano de Ourous, habían asumido que sólo los hombres blancos podían llegar a ser sacerdotes y se rieron cuando su hijo les dijo que quería ir al seminario). El también muy bien relacionado vaticanista que me dijo que habían caído las acciones de Sarah durante el sínodo, ahora dice que sus oportunidades están mejorando. “La gente ha notado todos los ataques, y su gracioso rechazo en responder de la misma manera”.

De hecho es notable el que Sarah haya sufrido esta lluvia de abusos con tanta gracia. En su libro recientemente publicado, El Poder del Silencio, escuchamos su grito sofocado de angustia:

Experimenté dolorosamente un asesinato por chismes, calumnias y humillación pública, y aprendí que cuando una persona ha decidido destruirte, no le faltan las palabras, desprecio e hipocresía; la falsedad tiene una inmensa capacidad para construir argumentos, pruebas y verdades hechos de arena. Cuando este es el comportamiento de hombres de la Iglesia, y en particular de obispos, el dolor es aún más profundo. Pero… debemos permanecer en calma y en silencio, pidiendo la gracia para nunca entregarnos al rencor, odio y sentimientos que no merecen la pena. Mantengámonos firmes en nuestro amor por Dios y por Su Iglesia, en humildad.

 

Sarah aún es un hombre incólume. En su libro reitera su llamamiento a la misa ad Orientem y el resto de la “reforma de la reforma” de la misa: “la voluntad de Dios, cuando Él lo quiera y en cuanto lo quiera, la reforma de la reforma tendrá lugar en la liturgia. A pesar del rechinar de dientes, sucederá, pues el futuro de la Iglesia está en juego”.

De igual manera, Sarah tiene un irritante punto de vista sobre economía moderna: “La Iglesia cometería un grave error si se desgasta a sí misma mostrando un tipo de fachada social al mundo moderno que ha sido liberado por el capitalismo de libre mercado”.

Guerra, persecución, explotación: todas estas fuerzas son parte de una “dictadura del ruido”, cuyo incesante lema distrae a los hombres y desacredita a la Iglesia. A fin de resistirle, Sarah se vuelve hacia el ejemplo del hermano Vincent, un joven recientemente fallecido a quien Sarah quiso entrañablemente. Sólo si amamos y oramos como Vincent, podremos escuchar la música callada que los ángeles tocan para Juan de la Cruz. Sí, este libro muestra que Sarah  tiene algo grandioso que decir: sobre la vida mística, la Iglesia y los asuntos del mundo. Pero para la mayor parte él se mantiene en silencio – mientras el mundo habla de él.

 

Matthew Schmitz es editor literario de First Things e integrante del Robert Novak Journalism Fellowship.

 

[Traducción de Dominus Est. Artículo original]

*Permitida su reproducción haciendo referencia al sitiohttps://dominusestblog.wordpress.com/

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